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Alegria sin limites. Hola, amigos. Hoy les quiero contar sobre mi experiencia de alegria sin limites y aventuras bocho. ¿Qué es eso, se preguntarán? Pues es una forma de viajar por el mundo en un Volkswagen Beetle, el famoso auto que también se conoce como bocho, escarabajo o vocho. Les voy a compartir algunas de las historias más increíbles que viví en este viaje, que duró más de un año y me llevó por 15 países diferentes.
Todo empezó cuando decidí dejar mi trabajo aburrido y monótono, y vender todas mis cosas para comprar un bocho del año 1972. Era de color azul, con unas rayas blancas y unas flores pintadas en el capó. Lo bauticé como “Florinda” y le puse una maleta en el techo, donde guardaba mi carpa, mi saco de dormir y algunas pertenencias básicas. Así comencé mi aventura, sin rumbo fijo ni planes concretos, solo con la ilusión de conocer lugares nuevos y gente interesante.
Mi primera parada fue en México, donde me quedé unos meses recorriendo la costa del Pacífico. Allí conocí a una comunidad de surfistas que me acogieron como uno más y me enseñaron a montar las olas. También visité algunos pueblos mágicos, como San Miguel de Allende, Guanajuato y Oaxaca, donde disfruté de la cultura, la gastronomía y el arte mexicanos. Florinda se portó muy bien en todo momento, aunque tuve que cambiarle algunas piezas y hacerle algunos arreglos. Lo bueno es que los bochos son muy fáciles de reparar y hay muchos talleres especializados en ellos.
Después de México, crucé la frontera con Guatemala, donde me esperaba una sorpresa inesperada. Resulta que Florinda llamó la atención de un grupo de narcotraficantes, que me siguieron hasta un pueblo llamado Antigua. Allí me interceptaron y me amenazaron con quitarme el auto si no les pagaba una suma exorbitante. Yo no tenía tanto dinero ni pensaba dárselo, así que tuve que escapar a toda velocidad por las calles empedradas, sorteando los baches y los obstáculos. Fue una persecución de película, pero logré llegar a la policía y denunciar lo ocurrido. Los narcos fueron detenidos y yo pude seguir mi camino.
Continué mi viaje por Centroamérica, pasando por El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá. En cada país encontré paisajes maravillosos, desde volcanes hasta selvas, desde playas hasta lagos. También conocí a mucha gente amable y generosa, que me ofreció hospedaje, comida y consejos. Florinda se convirtió en una atracción turística, y muchos niños se acercaban a verla y a jugar con ella. Algunos incluso me pedían que les diera una vuelta o que les dejara manejarla.
Llegué a Colombia por el norte, cruzando el puente de las Américas que une Panamá con Sudamérica. Allí me esperaba otro desafío: atravesar la cordillera de los Andes. Florinda no estaba acostumbrada a las alturas ni al frío, así que tuve que abrigarla bien y cuidarla mucho. A pesar de eso, sufrió algunos desperfectos y se quedó sin batería varias veces. Por suerte, siempre encontré a alguien dispuesto a ayudarme o a remolcarme hasta el taller más cercano.
Colombia fue uno de los países que más me gustó de todo el viaje. Tiene una diversidad impresionante, tanto natural como cultural. Visité ciudades como Bogotá, Medellín y Cartagena, donde pude apreciar la historia, la arquitectura y la música colombianas. También exploré zonas rurales como el eje cafetero, el desierto de la Tatacoa y el parque Tayrona, donde me conecté con la naturaleza y la tranquilidad. Florinda se adaptó muy bien al clima tropical y al ritmo caribeño.
De Colombia pasé a Ecuador, donde tuve la oportunidad de visitar las islas Galápagos. Fue una experiencia única e inolvidable, ver de cerca a las tortugas gigantes, los pingüinos, los lobos marinos y las iguanas. Florinda se quedó en el continente, pero yo le mandé muchas fotos y le conté todo lo que vi. Ella también disfrutó de Ecuador, especialmente de la mitad del mundo, donde se ubica la línea ecuatorial que divide al planeta en dos hemisferios.
Perú fue el siguiente país en mi ruta, y el más místico de todos. Allí pude conocer una de las maravillas del mundo: Machu Picchu. Fue un sueño hecho realidad, caminar por las ruinas de la antigua ciudad inca y sentir su energía. También visité otros lugares fascinantes, como el lago Titicaca, el cañón del Colca y las líneas de Nazca. Florinda se sintió muy cómoda en Perú, ya que hay muchos bochos circulando por sus calles. Incluso se hizo amiga de algunos y se intercambiaron historias y consejos.
Bolivia fue el país más difícil de atravesar, por sus caminos peligrosos y sus condiciones extremas. Tuve que enfrentarme a la carretera de la muerte, una vía estrecha y sinuosa que bordea un precipicio. También tuve que cruzar el salar de Uyuni, el desierto de sal más grande del mundo. Fue una prueba de fuego para Florinda, que tuvo que soportar el calor, el frío, la humedad y la sal. Pero lo logró con éxito y sin mayores problemas.
Chile fue el país más largo y variado de mi viaje. Recorrí más de 4000 kilómetros, desde el desierto de Atacama hasta la Patagonia. En el camino vi paisajes increíbles, como géiseres, glaciares, lagunas y fiordos. También probé delicias gastronómicas, como el pastel de choclo, el curanto y el pisco sour. Florinda se enamoró de Chile, especialmente de Valparaíso, una ciudad colorida y bohemia que tiene muchos murales y grafitis.
Argentina fue el último país que visité en Sudamérica, y el más divertido. Allí me sumergí en la cultura del tango, el fútbol y el asado. Bailé en las milongas de Buenos Aires, grité en los estadios de Rosario y comí en las parrillas de Córdoba. También me maravillé con las cataratas del Iguazú, los glaciares del Calafate y los viñedos de Mendoza. Florinda se sintió como en casa en Argentina, ya que hay muchos fanáticos de los bochos que la admiraron y la halagaron.
Después de Argentina, decidí volver a Brasil, donde había empezado mi viaje hace más de un año. Quería terminar mi aventura en Río de Janeiro, la ciudad maravillosa. Allí celebré el carnaval con Florinda, bailando y cantando al ritmo de la samba. Fue el broche de oro para una experiencia inolvidable.
Así termina mi relato de alegria sin limites y aventuras bocho. Espero que les haya gustado y que les haya inspirado a hacer algo similar. Les aseguro que no se arrepentirán. Los bochos son unos autos increíbles, que tienen mucha personalidad y mucha historia. Son fieles compañeros de viaje, que te llevan a donde quieras y te hacen vivir momentos únicos.
Gracias por leerme y hasta la próxima.
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Alegria sin limites en Europa. Hola, soy Nathan. En este post, voy a compartir con ustedes mi experiencia de viajar por el mundo en un bocho. Un bocho es un tipo de automóvil antiguo que tiene mucho encanto y personalidad. Me encanta conducir mi bocho por diferentes países y culturas, disfrutando de la alegría sin límites y las aventuras que me ofrece. Les voy a contar algunas de las anécdotas más divertidas y curiosas que he vivido en mi bocho.
Una vez, estaba en Francia y me perdí en una carretera rural. No tenía GPS ni mapa, así que decidí seguir a un camión que parecía ir en la misma dirección que yo. Resulta que el camión era de una empresa de mudanzas y estaba llevando un piano a una casa en el campo. Cuando llegamos a la casa, el conductor del camión me hizo señas para que me detuviera y me preguntó si podía ayudarle a descargar el piano. Yo accedí, pensando que sería una buena forma de hacer un amigo y quizás conseguir alguna indicación para volver a la ruta. Pero cuando bajamos el piano del camión, nos dimos cuenta de que la casa estaba cerrada y no había nadie adentro. El conductor del camión se puso nervioso y me dijo que tal vez nos habíamos equivocado de dirección. Entonces, vimos que se acercaba un coche de policía con las sirenas encendidas.
El conductor del camión entró en pánico y me dijo que corriera al bocho y que lo siguiera. Yo no entendía nada, pero hice lo que me dijo. Arranqué el bocho y salí disparado detrás del camión, mientras los policías nos perseguían. Fue una persecución de película, con curvas peligrosas, baches y obstáculos. Al final, logramos escapar por un camino secundario y nos escondimos en un bosque. Allí, el conductor del camión me confesó que el piano era robado y que me había metido en un lío sin querer. Me pidió disculpas y me dio las gracias por ayudarle. Yo estaba muy asustado, pero también aliviado de haber salido ileso. Le dije que no había problema, pero que por favor me indicara cómo salir de ahí. Él me dio unas instrucciones y nos despedimos. Nunca más volví a verlo.
Otra vez, estaba en India y me hospedé en un hotel muy barato. El hotel tenía un estacionamiento muy pequeño y mi bocho apenas cabía. Cuando quise salir al día siguiente, vi que habían aparcado otro coche detrás del mío y no podía moverlo. Le pregunté al recepcionista quién era el dueño del otro coche y me dijo que era un huésped muy importante que estaba durmiendo y no podía molestarlo. Le expliqué que yo tenía prisa y que necesitaba salir, pero él se negó a despertar al otro huésped. Entonces, se me ocurrió una idea loca: decidí sacar mi bocho por la ventana. El hotel estaba en el primer piso y había una cornisa lo suficientemente ancha como para sostener el bocho. Con mucho cuidado, maniobré el bocho hasta sacarlo por la ventana y lo dejé sobre la cornisa. Luego, bajé por las escaleras y salté al bocho desde la calle. Arranqué el motor y conduje por la cornisa hasta llegar al final del edificio, donde había una rampa que daba a la carretera. Bajé por la rampa y seguí mi camino como si nada hubiera pasado. El recepcionista se quedó boquiabierto y los transeúntes me miraron con asombro.
Estas son solo algunas de las historias que tengo para contarles sobre mi bocho. Espero que les hayan gustado y que se animen a viajar en un bocho también. Es una forma única de conocer el mundo y vivir experiencias inolvidables. Gracias por leerme y hasta la próxima. Multimedia Center and multicinema Compartir es la historia de la humanidad. Fuego amistades pasion chat charlar Amor.
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